La doctrina del bosque es antiquísima, es tan antigua como la historia humana. Incluso es más antigua que ésta. Se encuentra ya en esos venerables documentos que, en parte, no hemos sabido descifrar hasta nuestros días. Esa doctrina constituye el gran tema de los cuentos, de las leyendas, de los textos sagrados, de los misterios. Podemos asignar el cuento a la Edad de Piedra; el mito, a la Edad de Bronce; la historia, a la Edad de Hierro; pues bien, con tal de que nuestros ojos estén abiertos tropezaremos en todas partes con la doctrina del bosque.
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En lo que se refiere al lugar, bosque lo hay en todas partes. Hay bosque en los despoblados y
hay bosque en las ciudades; en éstas el emboscado vive escondido o lleva puesta la máscara de una profesión. Hay bosque en el desierto y hay bosque en las espesuras, en el maquis. Hay bosque en la patria lo mismo que lo hay en cualquier otro sitio donde resulte posible oponer resistencia.
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La resistencia del emboscado es absoluta; el emboscado desconoce el neutralismo, desconoce la clemencia, desconoce el encarcelamiento en fortalezas. El emboscado no aguarda que el enemigo admita argumentos y, mucho menos, que se comporte con caballerosidad. También sabe el emboscado que, en lo que a él respecta, no está abolida la pena de muerte. El emboscado conoce una soledad nueva, la soledad que trae consigo ante todo la maldad acrecentada hasta extremos satánicos - conoce la vinculación de esa maldad con la ciencia y con las máquinas, una vinculación que introduce en la historia no, ciertamente, un elemento nuevo, pero sí unos fenómenos nuevos.
Ernst Jünger / La emboscadura
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