21.4.05

La casa donde creci. Francoise Hardy

Quand je me tourne vers mes souvenirs,
je revois la maison où j'ai grandi.
Il me revient des tas de choses:
je vois des roses dans un jardin.
Là où vivaient des arbres, maintenant
la ville est là,
et la maison, les fleurs que j'aimais tant,
n'existent plus.
Ils savaient rire, tous mes amis,
ils savaient si bien partager mes jeux,
mais tout doit finir pourtant dans la vie,
et j'ai dû partir, les larmes aux yeux.
Mes amis me demandaient: "Pourquoi pleurer?"
et "Couvrir le monde vaut mieux que rester.
Tu trouveras toutes les choses qu'ici
on ne voit pas,
toute une ville qui s'endort la nuit
dans la lumière."
Quand j'ai quitté ce coin de mon enfance,
je savais déjà que j'y laissais mon cœur.
Tous mes amis, oui, enviaient ma chance,
mais moi, je pense encore à leur bonheur.,
à l'insouciance qui les faisait rire,
et il me semble que je m'entends leur dire:
"Je reviendrai un jour, un beau matin
parmi vos rires,
oui, je prendrai un jour le premier train
du souvenir."
La temps a passé et me revoilà
cherchant en vain la maison que j'aimais.
Où sont les pierres et où sont les roses,
toutes les choses auxquelles je tenais?
D'elles et de mes amis plus une trace,
d'autres gens, d'autres maisons ont volé leurs places.
Là où vivaient des arbres, maintenant
la ville est là,
et la maison , où est-elle, la maison
où j'ai grandi?
Je ne sais pas où est ma maison,
la maison où j'ai grandi.
Où est ma maison?
Qui sait où est ma maison?
Ma maison, où est ma maison?
Qui sait où est ma maison? ...


cancion que encontro martin (tufro) por ahi...
algo de lo que se desprende de esta letra atraviesa los ensayos de estos dias.

18.4.05

Los Mansos. Ensayo 01


Los Mansos. Ensayo 01
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Stella (Galazzi) parece desentenderse de lo que Luciano (Suardi) presenta. Pero las apariencias enganian. Les debo fotos de Nahuel: el llego mas tarde al proceso y la camara no estuvo alli para registrar aquel historico acontecimiento. (Risas grabadas)

Los Mansos. Ensayo 02


Los Mansos. Ensayo 02
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Luciano Suardi. Frases. Fotos.

Los Mansos. Ensayo 03


Los Mansos. Ensayo 03
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Luciano pasa revista a algunas fotos y recuerdos personales.

Los Mansos. Ensayo 04


Los Mansos. Ensayo 04
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Un libro en el piso, siempre.

17.4.05

Historia completamente absurda. Giovanni Papini

Hace ya cuatro días, mientras me hallaba escribiendo con una ligera irritación algunas de las páginas más falsas de mis memorias, oí golpear levemente a la puerta pero no me levanté ni respondí. Los golpes eran demasiado débiles y no me gusta tratar con tímidos.
Al día siguiente, a la misma hora, oí llamar nuevamente; esta vez los golpes eran más fuertes y resueltos. Pero tampoco quise abrir ese día porque no estimo absolutamente a quienes se corrigen demasiado pronto.

El día posterior, siempre a la misma hora, los golpes fueron repetidos en tono violento y antes de que pudiese levantarme vi abrirse la puerta y adelantarse la mediocre figura de un hombre bastante joven, con el rostro algo encendido y la cabeza cubierta de cabellos rojos y crespos que se inclinaba torpemente sin decir palabra. No bien encontró una silla se arrojó encima y como yo permanecía de pie me indicó el sillón para que me sentara. Después de obedecerlo, creí tener el derecho de preguntarle quién era y le rogué, con tono nada cortés, que me indicara su nombre y la razón que lo había forzado a invadir mi cuarto. Pero el hombre no se alteró y de inmediato me hizo comprender que deseaba seguir siendo por el momento lo que hasta entonces era para mi: un desconocido.

–El motivo que me trae ante usted -prosiguió sonriendo- se halla dentro de mi cartera y se lo haré conocer enseguida.

En efecto, advertí que llevaba en la mano un maletín de cuero amarillo sucio con guarniciones de latón gastado que abrió al momento extrayendo de él un libro.

–Este libro -dijo poniéndome ante la vista el grueso volumen forrado de papel náutico con grandes flores de rojo herrumbre- contiene una historia imaginaria que he creado, inventado, redactado y copiado. No he escrito más que esto en toda mi vida y me atrevo a creer que no le desagradará. Hasta ahora no le conocía más que su nombradía y sólo hace unos pocos días una mujer que lo ama me dijo que es usted uno de los pocos hombres que no se aterra de sí mismo y el único que ha tenido el valor de aconsejar la muerte a muchos de sus semejantes. A causa de esto he pensado leerle mi historia, que narra la vida de un hombre fantástico al que le ocurren las más singulares e insólitas aventuras. Cuando usted la haya escuchado me dirá qué debo hacer. Si mi historia le agrada, me prometerá hacerme célebre en el plazo de un año; si no le gusta me mataré dentro de veinticuatro horas. Dígame si acepta estas condiciones y comenzaré.

Comprendí que no podía hacer otra cosa que proseguir en esa actitud pasiva que había mantenido hasta entonces y le indiqué, con un gesto que no logró ser amable, que lo escucharía y haría todo lo que deseaba.

“¿Quien podrá ser -pensaba entre mí- la mujer que me ama y le habló de mí a este hombre? Jamás he sabido que me amara una mujer y si ello hubiera ocurrido no lo habría tolerado porque no hay situación más incómoda y ridícula que la de los ídolos de un animal cualquiera...” Pero el desconocido me arrancó de estos pensamientos con un zapateo poco elocuente pero claro. El libro estaba abierto y mi atención era considerada necesaria.

El hombre comenzó la lectura. Las primeras palabras se me escaparon; puse mayor atención en las siguientes. De pronto agucé el oído y sentí un breve estremecimiento en la espalda. Diez o veinte segundos más tarde mi rostro enrojeció; mis piernas se movieron nerviosamente; al cabo de otros diez segundos me incorporé. El desconocido suspendió la lectura y me miró, interrogándome humildemente con la mirada. Yo también lo miré del mismo modo e incluso como suplicando, pero estaba demasiado aturdido para echarlo y le dije simplemente, como cualquier idiota sociable:

–Continúe, se lo ruego.

La extraordinaria lectura continuó. No podía estarme quieto en el sillón y los escalofríos recorrían no sólo mi espalda, sino también la cabeza y el cuerpo entero. Si hubiese visto mi cara en un espejo tal vez me hubiera reído y todo habría pasado, ya que probablemente reflejaba un abyecto estupor y un furor indeciso. Traté por un momento de no seguir oyendo las palabras del calmo lector pero no logré sino confundirme más y escuché íntegra, palabra por palabra, pausa tras pausa, la historia que el hombre leía con su cabeza roja inclinada sobre el bien encuadernado volumen. ¿Que podía o debía hacer en tan especialísima circunstancia? ¿Aferrar al maldito lector, morderlo y lanzarlo fuera del cuarto como a un fantasma inoportuno?

¿Pero por qué debía hacer eso? Sin embargo, aquella lectura me producía un fastidio inexpresable, una impresión penosísima de sueño absurdo y desagradable sin esperanza de poder despertar. Creí por un momento que caería en un furor convulsivo y vi en mi imaginación a un enfermero uniformado de blanco que me ponía la camisa de fuerza con infinitas y desmañadas precauciones.

Pero finalmente terminó la lectura. No recuerdo cuántas horas duró, pero aún en medio de mi confusión noté que el lector tenía la voz ronca y la frente húmeda de sudor. Una vez cerrado el libro y guardado en su maletín, el desconocido me miró con ansiedad aunque su mirada no tenía ya la avidez del comienzo. Mi abatimiento era tan grande que él mismo lo advirtió y su admiración aumentó enormemente al ver que me restregaba un ojo y no sabía qué contestarle. Me parecía en ese momento que nunca más podría volver a hablar y hasta las cosas más simples que me rodeaban se presentaron a mis ojos tan extrañas y hostiles que casi tuve una sensación de repugnancia. Todo esto parece demasiado vil y vergonzoso; pienso lo mismo y no tengo indulgencia alguna para mi turbación. Pero el motivo de mi desequilibrio era de mucho peso: la historia que aquel hombre había leído era la narración detallada y completa de toda mi vida íntima interior y exterior. Durante aquel lapso yo había escuchado la relación minuciosa, fiel, inexorable de todo lo que había sentido, soñado y hecho desde que vine al mundo. Si un ser divino, lector de corazones y testigo invisible, hubiese estado a mi lado desde mi nacimiento y hubiera escrito lo que observó de mis pensamientos y de mis acciones, habría redactado una historia perfectamente igual a la que el ignoto lector declaraba imaginaria e inventada por él. Las cosas más pequeñas y secretas eran recordadas y ni siquiera un sueño o un amor o una vileza oculta o un cálculo innoble escaparon al escritor. El terrible libro contenía hasta sucesos o matices de pensamiento que ya había olvidado y que recordaba solamente al escucharlas.

Mi confusión y mi temor provenían de esta exactitud impecable y de esta inquietante escrupulosidad. Jamás había visto a ese hombre; ese hombre afirmaba no haberme visto nunca. Yo vivía muy solitario, en una ciudad a la que nadie viene si no es forzado por el destino o la necesidad, y a ningún amigo, si aun podía decir que los tenía, le había confiado nunca mis aventuras de cazador furtivo, mis viajes de salteador de almas, mis ambiciones de buscador de lo inverosímil. No había escrito nunca, ni para mí ni para los demás, una relación completa y sincera de mi vida y justamente en aquellos días estaba fabricando fingidas memorias para ocultarme a los hombres incluso después de la muerte.

¿Quién, pues, podía haberle dicho a ese visitante todo lo que narraba sin pudor y sin piedad en su odioso libro forrado de papel antiguo color herrumbre? ¡Y él afirmaba que había inventado esa historia y me presentaba, a mí, mi vida, mi vida entera, como una historia imaginaria!

Me hallaba terriblemente turbado y conmovido, pero de una cosa estaba bien seguro: ese libro no debía ser divulgado entre los hombres. Aun cuando debiera morir ese increíble infeliz autor y lector, yo no podía permitir que mi vida fuese difundida y conocida en el mundo, entre todos mis impersonales enemigos. Esta decisión, que sentí firme y sólida en mi fuero íntimo, comenzó a reanimarme levemente. El hombre continuaba mirándome con aire consternado y casi suplicante. Habían transcurrido sólo dos minutos desde que terminó su lectura y no parecía haber comprendido el motivo de mi turbación. Finalmente, pude hablar.

–Discúlpeme, señor -le pregunté-. ¿Usted asegura que esta historia ha sido verdaderamente inventada por usted?

–Precisamente -respondió el enigmático lector ya un poco tranquilizado-, la he pensado e imaginado yo durante muchos años y cada tanto hice retoques y cambios en la vida de mi héroe. Sin embargo, todo ello pertenece a mi inventiva.

Sus palabras me incomodaban cada vez más, pero logré formular todavía otra pregunta:

–Dígame, por favor: ¿está usted verdaderamente seguro de no haberme conocido antes de ahora? ¿De no haber escuchado nunca narrar mi vida a alguien que me conozca?

El desconocido no pudo contener una sonrisa asombrada al oír mis palabras.

–Le he dicho ya -contestó- que hasta hace poco tiempo no conocía más que su nombre y que solamente hace unos días supe que usted acostumbraba aconsejar la muerte. Pero nada más conozco sobre usted.

Su condena estaba ya decidida y era necesario que no demorase en ser ejecutada.

–¿Está siempre dispuesto -le pregunté con solemnidad- a mantener las condiciones establecidas por usted mismo antes de comenzar la lectura?

–Sin ninguna duda -respondió con un ligero temblor en la voz-. No tengo otras puertas a las que llamar y esta obra es mi vida entera. Siento que no podría hacer ninguna otra cosa.

–Debo entonces decirle -agregué con la misma solemnidad, pero atemperada por cierta melancolía- que su historia es estúpida, aburrida, incoherente y abominable. Su héroe, como usted lo llama, no es sino un malandrín aburrido que disgustará a cualquier lector refinado. No quiero ser demasiado cruel agregándole todavía más detalles.

Comprobé que el hombre no aguardaba estas palabras y me di cuenta de que sus párpados se cerraron instantáneamente. Pero al mismo tiempo reconocí que su poder sobre mí mismo era igual a su honestidad. De inmediato reabrió los ojos y me miró sin temor y sin odio.

–¿Quiere acompañarme afuera? -me preguntó con voz demasiado dulce para ser natural.

–Cómo no -respondí, y luego de ponerme el sombrero salimos de la casa sin hablar.

El desconocido llevaba siempre en la mano su maletín de cuero amarillo y yo lo seguí delirante hasta la orilla del río que corría caudaloso y resonante entre las negras murallas de piedra. Una vez que echó una mirada a su alrededor y comprobó que no se hallaba nadie que tuviese aspecto de salvador se volvió hacia mí diciendo:

–Perdóneme si mi lectura lo hartó. Creo que nunca más me tocará aburrir a un ser viviente. Olvídese de mí no bien le sea posible.

Y estas fueron justamente sus últimas palabras, porque saltando ágilmente el parapeto y con rápido empuje se arrojó al río con su maletín. Me asomé para verlo una vez más pero el agua yo lo había recibido y cubierto. Una niña tímida y rubia se había percatado del rápido suicidio pero no pareció asombrarla demasiado y continuó su camino comiendo avellanas. Volví a casa después de realizar algunas tentativas inútiles. Apenas entré en mi cuarto me extendí sobre la cama y me adormecí sin demasiado esfuerzo, como abatido y quebrantado por lo inexplicable.

Esta mañana me desperté muy tarde y con una extraña impresión. Me parece estar ya muerto y esperar solamente que vengan a sepultarme. He tomado inmediatamente previsiones para mi funeral y fui personalmente a la empresa de pompas fúnebres con el fin de que nada sea descuidado. A cada momento espero que traigan el ataúd. Siento ya pertenecer a otro mundo y todas las cosas que me circundan tienen un indecible aire de cosas pasadas, concluidas, sin ningún interés para mí.

Un amigo me ha traído flores y le dije que podía esperar para ponerlas sobre mi tumba. Me pareció que sonreía, pero los hombres sonríen siempre cuando no comprenden nada.

este cuento lo posteo martin tufro y de alguna manera resuelve el espiritu del espectaculo. sobre las virtudes del mismo (del espectaculo, claro esta) deberan opinar cuando sean ustedes los espectadores. tal vez con algo de toda esta informacion pueda despertarse el interes y se acerquen al teatro cuando sea... (a partir de junio o julio 2005, no antes, eh)

Dostoevsky o Dostoyevski


Dostoevsky
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Nacimiento de El Idiota


Holbein
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El Cristo muerto de Holbein disparo en Dostoyevski una de las ideas fundadores de EL IDIOTA. "La contemplacion de este cuadro puede provocar la desaparicion de la fe" - dijo.

Acerca de LOS MANSOS

LOS MANSOS intenta conectar la ficción con la realidad, encontrar el espacio en el cual la autobiografía se transforma en ficción.

Cuando en un escenario alguien dice “yo” se está nombrando a sí mismo, de esta forma se constituye en sujeto e inmediatamente un discurso toma forma.
¿Pero qué es este “yo”?
Dostoyevski trabajó en la construcción de varios “yos”: su preocupación era “el otro”; en sus novelas él encarnó ideas en los cuerpos: todos estos cuerpos se autodenominaron “yo”.

La idea de LOS MANSOS es penetrar este concepto para entender cuáles son los límites del “yo” en el teatro.
La polifonía es uno de las formas que Dostoyevski exploró para alcanzar el significado real del “yo”.
Yo agregaré el propio a este “árbol de voces”: mi propia experiencia, mi propia historia.

Mi familia (materna) deja Rusia en 1941, abandona su patria dejando atrás su historia. Mi familia sigue al frente alemán, abandona Rusia odiando Rusia, viven cinco años en Stuttgart: y de ese lugar mi madre conserva (aún hoy, claro) los recuerdos más felices de su infancia (durante la mía oí a mi madre hablar de un paraíso perdido cuyo nombre era demasiado difícil de aprender para un niño argentino).
Después de aquellos cinco años en Stuttgart mis abuelos y mi madre viven en Heidelberg, en Francia luego, aquí, allá: buscan a un pariente perdido; caminan el mundo para encontrarlo: el hijo de la hermana de mi abuela (su sobrino) había abandonado el frente y había desaparecido.
Mi abuela recibe buenas noticias: su sobrino está vivo, sí, en América del Sur: dejan Europa en 1949 y llegan al puerto de Buenos Aires en 1950: lo buscan, todavía.
Un día mi abuela lo encuentra por casualidad en una calle de Buenos Aires (dos años después de haber llegado y cuando la certeza de haberlo perdido se había instalado definitivamente).
La historia entera de mi familia cambia en ese preciso momento: supieron abandonar su tierra para enfrentar un enorme desafío que parecía perdido para siempre, pero aquel encuentro inesperado reordena el pasado y construye el presente.
El vínculo con la tierra perdida renace.
Ellos deciden olvidar que habitan un lejano país de América del Sur: viven desde entonces en una tierra inexistente: un lugar construido por sus recuerdos y donde el ruso parece ser el único idioma.
Ellos reconstruyen Rusia aquí, en Buenos Aires.
Abren sus puertas a otras personas en el exilio.
Y en una de aquellas reuniones de puertas abiertas mi madre conoce a mi padre (hijo de armenios, como ella).
Mi padre nació en Buenos Aires y no supo una sola palabra de ruso y - seamos piadosos con su memoria - sólo dos docenas de palabras armenias.
Pero se enamoraron y se casaron.
Mi madre guardó desde entonces su idioma y su historia: lo compartió con nadie. Pasa el tiempo y nazco “yo”.
Yo no heredé el idioma.
Mi madre me habló sólo castellano, cerró las puertas de su pasado.
Pero la casa de mis abuelos estaba llena de esos aromas perdidos.
Dostoyevski era parte de eso.
Mi abuelo (el padre de mi madre) murió primero, después mi padre y hace un año, mi abuela.

Yo reabro aquellas puertas ahora y – asistido por las historias que mi abuela tuvo la sabiduría de narrarme seis meses antes de su muerte - construyo este trabajo.

Son éstas, entonces, algunas de las líneas que sostienen LOS MANSOS.
Otras son: el doble o el espejo o Stavroguin (protagonista de Demonios de Dostoyevski) enfrentado a Myshkin (el protagonista de El Idiota); una botella de vodka; un idioma perdido; algunos laberintos de la memoria; un bolsillo lleno de caramelos; la guerra; Rusia y después Alemania y después Argentina y Alemania otra vez y - como no hay Rusia hoy -: la construcción de Rusia; mis demonios; un “yo” que habla con otro “yo”; algunas ideas dando a luz algunos cuerpos; un árbol de voces; un cuento sobre Cristo que nunca se contó; una casa en Argentina y una sopa rusa hecha con porotos rojos.

Algunos recuerdos

Mi abuela maldijo a una vecina que le negó una vez el pan. Tuvieron que pasar varios años para que mi abuela pudiese ver por sí misma las consecuencias de la maldición: la vecina fue asesinada en su propia casa de un hachazo en la cabeza. La cabeza partida al medio fue lo que mi abuela vio cuando retiraron el cuerpo.

Mi abuela solía desmayarse seguido. Se agarraba a un poste de luz y se dejaba caer lentamente hacia el piso. Mi madre la acompañaba seguido a hacer cosas en la calle. Y sabía que cuando se agarraba a un poste, era señal de desmayo. Más tarde, muchos años después, se le descubrió que aquellos desmayos eran la manifestación de una epilepsia muda.

Cuando salieron de Rusia llevaron los almohadones repletos de joyas.

Mi mamá conservaba una foto de mi abuelo y ella. Cuando mi abuelo fue encerrado en un campo de concentración, mi mamá, en su casa, sacaba la foto por la ventana para darle aire.

Mis abuelos y mi mamá se fueron de Rusia buscando a un primo de mi mamá que había desertado del frente. Se llamaba Levon, que significa León. Levon dejó Rusia y se vino a América. Hasta acá llegaron mis abuelos y mi mamá buscándolo. Mi abuela era la que lo buscaba. Mi abuela convenció a mi abuelo que abandonaran Rusia para buscar a Levon.

Aliosha era el nombre del hijo de una amiga de mi abuela. Era mayor que yo. Y hay fotos en donde se puede ver que nos queríamos. Él se murió cuando yo era muy chico.

Mi abuelo llevaba los bolsillos del saco llenos de caramelos.

Mi abuelo me llevó a ver EL LIBRO DE LA SELVA ocho veces seguidas. Fuimos durante ocho semanas a ver la misma película. No recuerdo si fui yo el que se lo pedía.

Levon organizaba unas navidades gigantescas. Éramos muchos en el piso de Callao. A las 12 se tiraban rollos de papel higiénico desde el balcón como si fueran guirnaldas. El árbol estaba repleto de regalos.

Mi abuela me hacía un camino con pedacitos de pan negro untados con manteca y con un pedacito de aceituna negra. Eran hormigas que se comían.

Mi abuela me cantaba todas las noches una canción que decía: “Dórmi Vivi, dórmi Gladys, dórmi mami, dórmen todos menos Alik.” También me rascaba la espalda.

Mi abuelo jugaba al solitario en la mesa redonda de la cocina.

Mi abuelo hacia ruido con las fichas del nardí. Backagammon le dicen acá.

Mi abuela me contaba que su papá enterraba la Biblia en el jardín de la casa y la desenterraba cada noche para leerles algún pedacito.

Mi abuela cuenta que su papá se murió de un susto cuando una lengua de fuego saltó sobre una manta que le cubría las piernas. Tenía pánico al fuego.

Mi abuela un día decidió no levantarse más de la cama. Y se quedó acostada durante ocho años antes de morirse.

Mi abuela llevó siempre las uñas pintadas de rojo y sus manos estaban llenas de anillos. Pero nada estrafalario. Mi abuela era una mujer elegante.

Mi abuelo compraba una pizza en la esquina de su negocio. La ponía sobre el mostrador y comíamos la pizza con unas servilletas de papel mientras el negocio estaba cerrado al mediodía.

Mi abuelo me compró el primer libro de teatro en la librería Martín Fierro a dos cuadras de su negocio: Romeo y Julieta de William Shakespeare. Lo elegí yo.

Con mi abuela comíamos helado en la heladería Venecia. A mí me gustaba el helado de cerezas al marrasquino. Era también el gusto favorito de mi abuela.

Mi abuela se llama Soja, pero le decían Sofía. Mi abuelo se llama Artaches que es la traducción armenia de Arturo. Mi abuela le decía Artiusha.

Mi abuelo se murió cuando yo estaba en Mar del Plata trabajando en teatro. Yo tenía 16 años. Y ya trabajaba en teatro.

Mi abuela se murió a mis 36 años. Hubo casi 12 años en donde yo sólo la vi 4 o 5 veces. Fueron sus últimos 12 años.

Levon me lee en la biblioteca de su casa fragmentos de las novelas de Dostoievski.

Levon se casa con María y tiene dos hijos: Kriko y Silvi. Kriko es un genio y Silvi estudia para médica. Se recibe, ejerce y abandona. María se muere de una afección renal. Dura en diálisis más que cualquier paciente normal. Levon se pega un tiro en la cabeza con una escopeta en la biblioteca de su casa varios años antes de que María se muera. Kriko lo descubre. La única que lo vio después fue mi mamá: tuvo que reconocer el cuerpo.

Durante la segunda guerra mundial mi abuela le colgaba dos cerezas unidas por el cabo en las orejas a mi mamá para despertarla.

Mi mamá fue feliz en Stuttgart. Andaba en trineo.

Mis abuelos tenían un negocio de cortinas para baño. Todas la cortinas las hacía mi abuela. En la máquina de coser y con el sacabocado. El negocio tenía cortinas colgadas en todas las paredes. Esas cortinas eran telones para mí.

Mis abuelos vivían en un cuartito detrás del negocio. El negocio se lo alquilaban a Persichini. El departamento que habían comprado se lo dejaron a mi mamá cuando se casó con mi papá. Unos años más tarde pudieron comprarse el departamento de la calle Bernáldez.

Domingo 17

El intento es llevar adelante un diario del montaje del espectaculo. Estrenariamos en junio / julio del 2005 en EL CAMARIN DE LAS MUSAS, Mario Bravo 960. ¿Los actores? Stella Galazzi, Nahuel Perez Biscayart y Luciano Suardi. Oria Puppo, escenografia y vestuario. Jorge Pastorino, luces. Martin Tufro, asistente de direccion. Gonzalo Martinez, diseño grafico y Ernesto Donegana, fotografias. La direccion corre por mi cuenta.

Mantegna


Mantegna
Originally uploaded by Tantanian.
Zviagyntsev uso esta imagen para devolverle el padre a los protagonistas de su pelicula EL REGRESO

Los Mansos

El tiempo de los ensayos está por empezar. Estuve casi dos o tres semanas esperando que la escritura sea, pero nada parecido sucedió. (Aquí deberían escucharse risas grabadas) El espectáculo gira alrededor de Dostoyevski: sus obras (algunas) y anécdotas de su vida - una suerte de blog literario del bueno de Fedor. O mejor decir: un blog teatral. ¿Es posible tal cosa?