Nadie puede pensar en su resurrección. Es el cadáver de un hombre que padeció torturas infinitas antes de ser crucificado; es el cadáver de un hombre que ha sido martirizado por los guardias y martirizado por la multitud cuando iba cargado con la cruz; el cadáver de un hombre que - bajo el peso de esa misma cruz - cayó a tierra y sufrió el suplicio de la cruz por seis horas. La imagen del cuadro es la de un hombre recién descendido de la cruz: aún conserva mucha vida, mucha tibieza; no tuvo tiempo de ponerse rígido, es por eso que en su cara todavía se trasluce el sufrimiento, como si todavía pudiera sentirlo…
Cuando miramos este cadáver atormentado y nos preguntamos si así lo vieron sus discípulos, sus apóstoles futuros; si lo vieron así las mujeres que lo seguían y que estaban al pie de la cruz; si lo vieron así todos los que creían en Él y lo adoraban, ¿cómo pudieron creer, viendo ese cadáver, que aquel despojo iba a resucitar? Así entendemos lo terrible y poderosas que son las leyes de la muerte y la Naturaleza. ¿Cómo poder dominarlas, cuando no logró hacerlo Aquel que venció en su vida a la Naturaleza, aquel que gritó: “¡Levántate, Lázaro!” Y Lázaro se levantó.
La Naturaleza aparece, al mirar ese cuadro, como una fiera enorme, inexorable y muda, una inmensa máquina de destrucción que - sin siquiera pensarlo - capturó, destrozó y se tragó a aquel Ser enorme e inapreciable. Por eso todos aquellos que vieron aquel cuerpo debieron sentir una pena y un desaliento atroces aquella noche al ver defraudadas de una vez y para siempre todas sus ilusiones y casi toda su fe. Debieron separarse con un miedo espantoso. Y si el mismo Maestro hubiera podido ver su imagen la víspera misma del suplicio, ¿habría subido a la cruz?
5.7.05
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