La novela El idiota del ruso Fedor Dostoyevski (1821-1881) y parte de su sistema de construcción narrativa, fueron el punto de inspiración que tomó el director, dramaturgo y actor Alejandro Tantanian, para su pieza Los mansos.
Su título refiere de algún modo al personaje protagónico: el príncipe Lev Nikolaievitch Myskhkin, un joven enfermo de epilepsia (también Dostoyevski la padecía), al que el autor convierte en un modelo del hombre manso, inocente, que busca su redención a través del sufrimiento.
LAS IDENTIDADES
Los antihéroes, los hombres desterrados de sí mismos y de la sociedad en la que viven, los elementos autobiográficos, la sensación de un latente estado de finitud de la vida, la indagacion sobre la propia existencia y una filosofía apoyada en la búsqueda metafísica del ser, fueron parte de los elementos literarios que empleó el autor ruso en sus obras.
Tantanian toma esa posta, emplea datos de su propia vida, su pasado con una abuela rusa y textos de la propia novela de Dostoievski, a los que suma confesiones personales de los mismos actores y con esa apoyatura arma su pieza.
Los mansos es como un enorme friso que habla del exilio existencial de unos personajes, que parecen dialogar entre ellos, sin embargo lo que dicen son breves monólogos que describen vidas atravesadas por hechos trágicos: muertes, suicidios y enfermedades.
El amplísimo paisaje psicológico que propone “Los mansos” igual que la novela se apoya en tres personajes: el mencionado príncipe, al que llaman “el idiota”, Nastasia Filipovna Barashkov y Parfion Semionovitch Rogojin, amante de la mujer.
En ese triángulo amoroso se sostiene una partitura de sensaciones, en las que el deseo de unos y otros y un extremado “diálogo” con la muerte, parecen convertirse para los tres en el extraño y misterioso paradigma de sus vidas.
ESPACIO SUGESTIVO
Los mansos se presenta en una nueva sala del complejo Camarín de las musas. Ubicada en un primer piso es una especie de enorme galpón, con techo de chapa y una gran claraboya por la que sale parte de la iluminación del espectáculo. Mientras en el piso de cemento, un gran rectángulo con barandas de ladrillo y cemento, que forman parte de la arquitectura, también sirven de gran escenario a las situaciones jugadas por los actores. Los espectadores ubicados en dos filas a lo largo de uno de los costados, parecen ser partícipes de esa gigantesca instalación plástica, que sugiere un decorado de postguerra. Un espacio abandonado, derruído, desmantelado, quizás tanto como la vida de esos mismos protagonistas.
El espacio magníficamente intervenido por la escenógrafa y vestuarista Oria Puppo, de entrada transmite al espectador una sensación de sugestivo vacío existencial. A la vez que la pieza como una fotografía fuera de foco al comienzo, se va haciendo más nítida a medida que se sucede ese encadenado de escenas, que parecen no contener un orden correlativo, sin embargo van dejando al desnudo la revelación de tres vidas unidas por un enigmático desasosiego interior, la enfermedad y la pasión que termina corrompiendo sus almas unidas por un deseo carnal, que se parece más a una pulsión de muerte que a una forma de amor desesperado.
Tantanian parece hablar de un espíritu de transformación, de humillación asumida que convierte la inocencia de “el idiota” en un maquiavélico juego de identidades desencontradas.
Atractivamente valiosas son las actuaciones de Nahuel Pérez Biscayart - asombroso en su escena de la rata -, Stella Galazzi y Luciano Suardi. A los que se une la valiosa iluminación de Jorge Pastorino.
Juan Carlos Fontana
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