7.7.07

Annabella escribe

¿Cómo escribir esto ahora, recién llegada, terriblemente dormida? Pero, ¿cómo no escribirlo ahora, cómo permitirme dejarlo para después? ¿Cómo explicar todo lo que Los mansos significó en mi vida aunque yo estuviera del lado de afuera? (no hay afuera, ni siquiera hay un “debajo del escenario”, Los mansos siempre permitió la sensación de estar todos “adentro” y esa es una de las cosas que la hacen tan única como dice Tantanian en el post).
Empezar por el principio (y escribir el comentario más extenso de la historia de los blogs): por una de esas arbitrariedades típicas del Bafici el año pasado caí en la función de prensa de Glue. Y caí, de hecho, de culo, pasmada, cuando descubrí a Nahuel (a quien ya había descubierto aunque sin haberlo descubierto del todo unos cuantos meses antes en El aura). Después se vino la entrevista y después Los mansos. Y después… todo lo que me pasó con Los mansos.

Desde la primera vez que la vi y salí cuestionándome muchas cosas desde una lógica extremadamente estructurada, hasta las siguientes en las que iba descubriendo siempre nuevas aristas, y las finales, en las que ya era capaz de repetir el diálogo junto a los actores. Cada función a la que asistí me trae un recuerdo: la obra me pegó de distintas maneras, dependiendo del punto justo en el que yo me encontraba en la vida en cada momento. Llevé a casi todos mis amigos (muchos de los cuales hoy supieron ser también reincidentes, para acompañarme en la despedida). Los vi a todos: a Nahuel, a Suardi, a Sancerni, a Galazzi, a Zorzoli, a Bogdasarian. Me reí mucho, con el helado de cerezas al maraschino y la señora que se levantó y se fue durante el toshka toshka sapitaia cambiando el resto de la función. Me pegó siempre muy fuerte (cada vez más fuerte) el monólogo de Nastasia, esa muerte y más muerte, la de los otros, no la mía.


Es imposible hoy pensar que no voy a poder volver a verlos ningún viernes, que ese árbol (del que me quise robar una ramita y no me animé) no va a volver a elevarse, que el idiota no va a imitar a una ratita, que nadie va a volver a cruzar ese piletón (que ya no estará) con una vela encendida.
Odio que las cosas se terminen, y no puedo evitar pensar que con el fin de Los mansos hay una pequeña partecita de mi memoria que se cierra, una pequeña historia que llega a su fin.
Hoy cuando llegué al Camarín, me saludó el señor de la puerta. Me dio vergüenza. Y me causó un poco de gracia. Claro. Era la octava vez que iba a ver Los mansos. Yo sabía que iba a ser la última, y supongo que el señor también. Lo mínimo que podíamos hacer era saludarnos. Al fin y al cabo era una despedida.
Tanto escribir al pedo simplemente para decir que voy a extrañarlos enormemente; que amé, amo y amaré a Los mansos y a cada uno de los que lo engendraron, criaron y cuidaron; que fue difícil decir adiós desde la sillita de plástico, teniendo plena conciencia que esta sí era la última vez que iba a escuchar cada línea, escrutar cada gesto, dejarme llevar por cada sentimiento; y que así como más comúnmente hay canciones que acompañan períodos de nuestras vidas, un período de la mía estará por siempre unido a Los mansos.
Es difícil decir adiós, pero los dejo (antes de que me dé más vergüenza que saludar al señor de la puerta).
Besos.
Anabella.

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