17.5.06

Una nota inédita sobre Los Mansos


La figura del Cristo muerto es como un aleph del mundo de Dostoyevski

“Me gusta pensar en el más ruso de los escritores, escribiendo la más rusa de las novelas en una ciudad tan lejana a Rusia como Florencia”, dice el prólogo de Los Mansos, en boca del actor Luciano Suardi. Fedor Dostoyevski escribe El idiota en Italia y Alejandro Tantanian vampiriza la experiencia de la novela, imaginando distintas Rusias desde Buenos Aires. El resultado es una obra que retoma ciertos motivos de El idiota y cuenta tangencialmente la historia de sus antepasados emigrados. Tras una trayectoria nacional e internacional, individual y colectiva (con el grupo El Periférico de Objetos), Tantanian se devela en lo más íntimo con este nuevo trabajo. A continuación, una reposición más lineal de su biografía: “Mi familia (materna) deja Rusia en 1941, abandona su patria dejando atrás su historia. Mi familia sigue al frente alemán, abandona Rusia odiándola, viven cinco años en Stuttgart: y de ese lugar mi madre conserva (aún hoy, claro) los recuerdos más felices de su infancia. Después de aquellos cinco años en Stuttgart mis abuelos y mi madre viven en Heidelberg, en Francia luego, aquí, allá: buscan a un pariente perdido; caminan el mundo para encontrarlo: el hijo de la hermana de mi abuela (su sobrino) había abandonado el frente y había desaparecido. Mi abuela recibe buenas noticias: su sobrino está vivo, sí, en América del Sur: dejan Europa en 1949 y llegan al puerto de Buenos Aires en 1950: lo buscan, todavía. Un día mi abuela lo encuentra por casualidad en una calle de Buenos Aires (dos años después de haber llegado y cuando la certeza de haberlo perdido se había instalado definitivamente). La historia entera de mi familia cambia en ese preciso momento: aquel encuentro inesperado reordena el pasado y construye el presente. El vínculo con la tierra perdida renace. Ellos deciden olvidar que habitan un lejano país de América del Sur: viven desde entonces en una tierra inexistente: un lugar construido por sus recuerdos y donde el ruso parece ser el único idioma. Ellos reconstruyen Rusia aquí, en Buenos Aires”, cuenta Alejandro Tantanian. Luego sus padres se conocen en esa comunidad de exiliados, y su madre nunca le enseña el ruso, “pero la casa de mis abuelos estaba llena de esos aromas perdidos y Dostoyevski era parte de eso”.

El pasado es un país siempre extranjero

La marca del desarraigo es propia del mundo globalizado, donde el fin de las culturas sedentarias ligadas a la tierra hacen cada vez más difícil la construcción del concepto de patria o Heimat, como dice el filósofo alemán Peter Sloterdijk. En este contexto, el arte se presenta como una búsqueda de nuevos territorios para detener la esquizofrenia en la que el hombre siente como un capricho su condición natal. La intención de rememorar es una búsqueda de la identidad y del tiempo perdido: “Yo no intento la reproducción de un pasado o que aparezca el territorio de Rusia. Mi infancia, como todo lo que uno deja atrás, pertenece a un estadio muy íntimo, que tiene que ver con lo perdido. Y para mí, la infancia, que fue desde donde yo me paré para construir la obra, es un lugar que uno siempre añora llegar por medio del arte”, explica Tantanian. Como dicen Gilles Deleuze y Félix Guattari en Qué es la filosofía, “El acto del monumento (la obra de arte) no es la memoria, sino la fabulación. No se escribe con recuerdos de la infancia sino por bloques de infancia que son devenires-niño del presente”. Por eso, Los Mansos lejos está de ser el relato lineal de una historia familiar o una posible adaptación de El idiota de Dostoyevski. “La idea es tomar la novela como una fuente, como se puede tomar un cuadro o una pieza musical.” Entonces, retomar el aroma dostoyevskiano de la casa materna de Tantanian es otra manera de devenir infante. Y, en el recorte, los personajes ficticios se vuelven un espejo de la propia biografía. “Esa idea de lo biográfico puesto en el entramado de la ficción, lo que empieza a generar es una especie de vórtice donde la ficción se biografiza y la biografía se ficcionaliza, como un juego de espejos”, responde Tantanian cuando se le pregunta si tiene una concepción del arte ligada a una experiencia personal de la vida.
En Los Mansos, el príncipe idiota, Myshkin (Nahuel Pérez Biscayart), es un espejo de Dostoyevski y de Tantanian: “Dostoyevski utiliza de una manera muy consciente parte de su propia experiencia de vida y la pone en boca de personajes o sus personajes sufren lo mismo que él. Myshkin es epiléptico, como Dostoyevski y como yo”, resalta Tantanian. La epilepsia es una respuesta a la creación y una manera de concebir la literatura. Myshkin, tras un ataque, explica: “Son cinco o seis segundos en los que se percibe… armonía… calma… limpieza… lucidez… Es como si de repente uno registrara todo: la naturaleza, la superficie, la distancia, el aire, el mundo, todo y dice: Sí, es verdad… Pero si ese momento dura más de seis segundos…el alma no lo resiste… Por eso viene el ataque… La epilepsia es la respuesta a la creación… Es como un eclipse… Un grito… No se puede soportar tanta belleza”.

Desterritorialización
“Lo propio del arte: pasar por lo finito, para volver a encontrar, volver a dar lo infinito”, dicen Deleuze y Guattari en Qué es la filosofía. Pasar por lo finito es la infancia, el pasado, el territorio. Así como Tantanian parte de los recuerdos familiares para construir la obra, Myshkin vuelve del extranjero en busca de su casa de la infancia. En el viaje de regreso, recuerda o imagina la figura del Cristo muerto de Holbein en una de las paredes: el infinito encontrado en la finitud de la casa paterna. “La figura del Cristo muerto es como una suerte de aleph del mundo de Dostoyevski. Él decía que en realidad el hombre está emparentado a Jesús por el sufrimiento. Todo lo demás que hizo Cristo no es humano, pero lo que padeció en la cruz es lo que lo une al hombre. Y a partir de eso él construye toda su mirada filosófica sobre sus novelas, entonces eso me parece que tiene un lugar muy central en el espectáculo”, desglosa Tantanian.
“El que persevera en el sufrimiento consigue que el mundo avance, lo enriquece”, dice Myshkin, que junto con Rogojin (Luciano Suardi) y Nastasia (Stella Galazzi) forma un triángulo o una trinidad sufriente. Igual que en la novela, los tres forman un compuesto de contrapuntos que se desintegran hasta hacer sensible la fuerza del sufrimiento humano radical: la muerte sacrificial.
La relación de Rogojin y Nastasia se refleja en la historia de una canción alemana, la del enano y la reina. “Usted es la única culpable de este dolor porque me abandonó por el rey. Sólo su muerte me devolverá la felicidad”, dice el enano a la reina que lleva su mano al corazón y dice: “Que nada sufras, entonces, por matarme”. Luego, el enano entiende que “su pie no volverá a pisar tierra nunca más”. Nastasia engaña a Rogojin con Lebedev y luego con el idiota. Los celos de Rogojin construyen un afecto que se desintegra en la muerte sacrificial.
“La posibilidad de redención está ligada necesariamente a la autoinmolación o al sufrimiento. Como puede ser la inmolación de Nastasia o el sacrificio que hace Rogojin al final, con el intento de salvar al mundo cruzando de un lado al otro del río con la vela”, comenta Tantanian.
Myshkin también “es un sujeto que viene a generar una idea sacrificial. De hecho el idiota es un personaje que entra en el mundo petersburgués para desatar una cantidad de situaciones límites entre los personajes y desaparecer. Entonces, es como alguien que revela algo oculto. Esa bondad funciona como espejo contrario”. Así, Rogojin dice que “El idiota es la llave: Es la puerta y el paisaje: el mundo es bello otra vez. El idiota, entonces, es el cuchillo”. Myshkin es la llave de apertura al cosmos. Y, por eso, desde el punto de vista de Tantanian, el personaje está ligado a la mansedumbre y no a la idiotez: “Myshkin es visto por la burguesía petersburguesa como un idiota, cuando en realidad es un manso de espíritu, una especie de Cristo. Por eso mi idea de ponerle Los mansos es porque está visto desde el otro lado, no desde la sociedad burguesa, sino desde el lugar más ‘crístico’ de la situación, que son los mansos de espíritu. La mirada que Dostoyevski tiene sobre el sufrimiento me conmueve. Eso es lo que tomo, el pathos que comparto y lo que cuenta desde el punto de vista de la expresión”.

Florencia Vásquez

1 comentario:

Anónimo dijo...

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